Después, apareció el marido de Lidia, Juan Manuel Moya. No sé por qué, pero su cara me resultaba familiar, y, sorprendentemente, no lo había visto hasta hoy.
Al contarle a Lidia nuestra pequeña aventura, se echó a llorar al hombro de Lorena. Sus hijos, al ver a su madre en este estado, empezaron a abrazarle, al igual que su marido que le miraba con serenidad y complicidad a su vez.
Tras consolar a su hermana y de despedirse de todos, salimos de casa y nos hospedamos en un motel de carretera.
Una vez, y aún no entiendo el por qué, pasó una mujer muy desabrigada con un hombre de uno 40 años. Sin más dilación, le pregunté que a qué se debía esa vestimenta en pleno invierno ¡se iba a constipar! y ella me contestó que era cuestión de trabajo. Al ver esto, la recepcionista nos echó a la calle por ''importunar a sus clientes''.
Y, casualidades de la vida, me encontré al concejal de mi pueblo con otra de estas señoritas encantadoras. Tendrían que cerrar algún negocio importante, es lo más posible.
Mañana iremos a Irún a relajarnos en la playa.